Nuestro hijo, Eran, nunca supo lo que significa ser independiente. Nació con autismo severo, lo que retrasó su desarrollo cognitivo, causando que Eran necesitara ayuda en todos los aspectos de su vida.
Sin ayuda, no podía vestirse, comer o bañarse solo. Y nunca dijo una palabra: ni siquiera sabía cómo decir ‘Abba’ (padre) o ‘Ima’ (madre).
El murió de otro trastorno raro, la enfermedad de Castleman, que destruyó su sistema respiratorio, al igual que el Coronavirus.
Cuando pasamos tiempo juntos, Eran “me habló” a través de su mirada penetrante. Sus ojos hablaban en voz alta. Durante estas conversaciones tácitas de corazón a corazón, fue como si me estuviera diciendo: “Sabes, papá, nadie va a desarrollar una cura para esta enfermedad que tengo”.
Hoy, el mundo entero está amenazado por el Coronavirus. Nosotros, como sociedad, estamos aterrorizados por lo desconocido, manteniendo nuestra distancia unos de otros, temerosos de contraer o propagar el virus y empeorar la pandemia.
Durante estos días, parece que Eran me está hablando de nuevo y me dice: “Ahora finalmente estás comenzando a comprender cómo es vivir en mi mundo, un mundo sin ayuda y sin esperanza de una cura”.

Mi amado hijo, Eran, me mostró la importancia de un mundo construido con amabilidad y compasión y, para mi deleite, cientos de voluntarios de todo el mundo vienen a la aldea de rehabilitación que construimos para que Eran y sus colegas practiquen y promuevan los ideales de curar el mundo y donar sin limites.
El nuestro es un mundo utópico, donde judíos, musulmanes y cristianos trabajan juntos en armonía desde un compromiso profundo y permanente y la creencia en el valor del amor para todas las personas, tal como son.
Nuestra civilización avanzada está utilizando las mejores mentes, utilizando todos los recursos disponibles para encontrar una cura, vacuna o suero para reducir este virus y detener la pandemia. Pero no debemos caer en la trampa de colocar al hombre por encima de la naturaleza, de creer que nuestros líderes, científicos o empresarios tienen todas las respuestas.
Nuestro hijo, Eran, vivió su vida en una especie de microcosmos de Coronavirus que me hizo comprender que no son los científicos y legisladores quienes están en la cima de la pirámide de la humanidad, sino quienes nos guían hacia los valores iluminados de la bondad, la compasión y el amor. sin límites que hacen de la nuestra una sociedad modelo.
Solo el espíritu humano, imbuido de su amor, cuidado y compasión, superará las capas profundamente arraigadas del ego y la arrogancia en la sociedad. Solo el espíritu de jesed (amabilidad) proporcionará equilibrio y los recursos humanos esenciales que necesitamos para navegar hacia un mundo mejor.
Tomar esta lección en serio es la clave para crear un mundo del que todos podamos estar orgullosos cuando esta pandemia finalmente haya quedado atrás.
El mayor general (Res.) Doron Almog es el Presidente del Centro de Rehabilitación de ADI Negev-Nahalat Eran, quen fue nombrado en memoria amorosa de su hijo Eran.