La vida en ADI es el recuerdo más preciado de mi vida. Aunque en escasas ocasiones podíamos hacer algo para cambiar las condiciones físicas de los niños en la Unidad de Dependencia Intensiva, solo el hecho de acompañarles y permitirles sentirse amados y respetados, hacíamos sus vidas más fáciles y felices. Difícilmente podemos enseñarles a hablar o a caminar, porque algunos son simplemente especiales, pero podemos enseñarles a amar, cuidar y compartir. Después de todo, la bondad es un lenguaje que los sordos pueden oír y los ciegos pueden ver. Valoro cada día que pasé allí y a todos los que conocí. ¡La experiencia es tan increíble! ¡Definitivamente lo volvería a hacer una segunda vez si tuviera la oportunidad!
